
Hacia un cambio cultural: IA como nueva alfabetización social
Aprender de la historia
La introducción de las innovaciones tecnológicas a lo largo de la historia ha transformado la forma como los seres humanos nos relacionamos con nuestro entorno natural y social.
La introducción del automóvil a inicios del siglo XX, por ejemplo, modificó la forma como los habitantes de las grandes urbes se desplazaban cotidianamente de sus hogares a sus lugares de trabajo y recreación. De la misma forma, la introducción de la aviación comercial, al posibilitar el traslado de personas y bienes a grandes distancias en un menor tiempo y en condiciones seguras, catapultó la industria manufacturera, los servicios turísticos y la logística de la distribución de alimentos en todo el mundo.
Estos cambios mediados por la socialización de una nueva tecnología se vieron acompañados además por una transformación a gran escala en los hábitos de sus usuarios: poseer un automóvil no solamente representó aprender a conducirlo, familiarizarse con su operación y mantenimiento, sino también conocer los señalamientos de tránsito, gestionar la documentación requerida para poseerlo, familiarizarse con los hábitos de manejo de los otros conductores, e incluso organizar los tiempos, las finanzas, las rutinas cotidianas y hasta destinar un espacio en casa para poder estacionarlo. En suma, tener un automóvil significaba formar parte de una nueva cultura: la cultura automovilística.
Una nueva cultura tecnológica
Desde que explotó la revolución de las tecnologías de la información a finales del siglo XX, los usuarios de las computadoras, de la internet, de los dispositivos inteligentes, de los servicios en la nube y hoy, de la Inteligencia Artificial, hemos aprendido no sólo las habilidades y conocimientos necesarios para operar desde un teléfono hasta un asistente virtual, hemos además incorporado nuevos hábitos, hemos modificado nuestras prácticas cotidianas asociadas a la tecnología. Sin embargo, como esa tecnología atraviesa cada vez más ámbitos de lo social y de lo humano, su incorporación supone además una transformación en nuestra relación con hábitos de trabajo, de consumo, de desplazamiento, de entretenimiento, de educación y de salud.
Hoy más que nunca presenciamos el surgimiento de una nueva cultura y debemos ser conscientes de las responsabilidades asociadas a esa nueva forma de relacionarnos con todas las dimensiones de la vida mediadas por la tecnología potenciada por Inteligencia Artificial.
¿Perro viejo, trucos nuevos?
Conforme se hace más cotidiano el uso de autómatas que operan con modelos de lenguaje largo (LLM), con capacidad de interacción en lenguaje natural y con posibilidades crecientes de aprendizaje, parecen ser cada vez más necesarios procesos de alfabetización no sólo con respecto a su uso, sino a las responsabilidades asociadas a su uso. Se debe entender que estas herramientas son eso, herramientas dispuestas para incrementar las capacidades intelectuales y físicas humanas, no sustitutos de esas capacidades ni responsables de los resultados de su uso. Un robot inteligente que complementa la fuerza de trabajo humana dentro de un complejo industrial es eso, un complemento que hace más eficiente el uso de los recursos, que reduce tiempos de operación y reduce riesgos asociados al trabajo… pero la responsabilidad del producto industrial terminado sigue siendo de los individuos humanos que utilizan al autómata y supervisan su operación dentro del proceso de producción.
Lo anterior resulta relevante si se toma en consideración el grado de tolerancia que una cultura laboral, empresarial, educativa y hasta familiar puede presentar frente a prácticas éticas cuestionables con respecto al uso de la tecnología: utilizar un chat equipado con IA para realizar una pregunta, copiar la respuesta y pegarla en una tarea escolar -en el caso de un niño-, o realizar el mismo procedimiento irreflexivo para redactar la intervención que se leerá en una tribuna legislativa, en el caso de un congresista, es delegar no sólo el trabajo, la capacidad y la responsabilidad personal a una herramienta sólo por el hecho de que puede hacerlo, es, sobre todo, aceptar tácitamente que como seres humanos somos sustituibles por esa tecnología. La paradoja de este planteamiento radica en que el miedo que provoca la posibilidad de ser desplazado por la Inteligencia Artificial está en directa relación con el uso responsable y crítico que hacemos de ella.
Hacia una colaboración en responsabilidad
El uso de la tecnología que opera (y que operará) teniendo como base la Inteligencia Artificial implica un nuevo proceso de aprendizaje con respecto a cómo relacionarnos con ella, pero también supone un cambio de los hábitos culturales que dictan cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás en los espacios en los que vivimos y laboramos. Implica reforzar o adquirir, si es necesario, una ética de la responsabilidad para ver nuestros conocimientos y habilidades incrementarse exponencialmente con nuestra comprensión y uso de la tecnología.